Pienso que todos los amores, tanto el que dura hasta el primer café, como el que dura toda una vida, tienen algo en común, están hechos a medida de las personas valientes que son capaces de sentir, de cerrar los ojos y saltar; no para los que viven con miedo, piensan las cosas mil veces, que saben que saldrán heridos y que las cicatrices del corazón tardan en borrarse, esas personas que abandonan la partida antes de repartir las cartas, que se mueren por vivir y mueren sin haber vivido.
No hay unas medidas estándar que digan el tiempo en que una persona debe enamorarse, ni tampoco un modelo estándar de felicidad; una felicidad idílica, igual para todos, a la que todos aspiramos. Quizá por eso, haya personas que darían todo por estar en la situación de otras, que son igual o más infelices.
También pienso que me cansé de los recuerdos bonitos en blanco y negro, de sonreír para que nadie se preocupe. Lo peor de parecer fuerte es que nadie se preocupa por como estás realmente. De vivir la felicidad de otros, pero no la mía, quizá me equivoco, puede que solo sea intuición, pero el amor no puede vivir de recuerdos, no puede ser en blanco y negro.
Quiero tener a John Cusack con un radiocasete debajo de mi ventana, quiero montar en una cortacesped con Patrick Dempsey , quiero que Jack de 16 velas me espere delante de la iglesia, quiero que John Nelson lance el puño al aire al saber que soy suya, por una vez quiero vivir en una película de los 80, preferiblemente una con un número musical alucinante; pero no, John Hughes no dirige mi vida.
Quiero volver al mar.
Dejar atrás los latidos ahogados, abrir los ojos, soltar las riendas, volver a ver los color vivos, sentirlos, cerrar los ojos y ser feliz, de tu mano.
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